Gamarra no se extravía por ser joven, ni con ello se transforma. Si supo dominar, desde muy temprano, los secretos de la técnica, se puede atribuir a la natural osadía de la edad una profundidad que no es común. Y puede aventurarse en caminos que, habitualmente, se juzgan reservados a más experimentada madurez.
Ahí está su pintura. Figurativa sin ninguna duda, se rehúsa no obstante a lo narrativo y a lo descriptivo. O, mejor dicho: sólo narra o describe aquello que, en el momento mismo de la figuración, por ella en ella se crea. Así nos hablan esos signos, agregados a un imposible encuentro que habría de encantar a Lautréamont y capaces de una preciosa simulación de aquella forma, seca y elocuente, dejada por las culturas que gustamos dominar – para nuestra seguridad, estremecida por la certidumbre de su completa desaparición – como “primitivas”.
La ilógica, más persuasiva transformación necesaria de esa narrativa de lo inexistente, acaba por conjurar todo el mito, toda la magia ultrapasada en un inédito y actualísimo misterio. Es, sin duda, un misterio nacido de la ambigüedad, tal como nos comunican esas formas que son hojas, son mesas, son bichos, son máquinas, no siendo realmente nada de eso. Como son del tiempo presente y, simultáneamente, nos alcanzan el amargo sabor de la cultura india perdida para todo y siempre en esta margen atlántica de América donde se hace sentir, ineludiblemente, como una laguna angustiosa y actuante. Ahora bien; como no se copia lo desconocido ni se reproduce la ausencia, todo ese esfuerzo para reconstituir un simbolismo indescifrable, acaba por construir “otra” verdad. Que es un redescubrimiento de nosotros mismos.
El redescubrimiento de hombre por el hombre, en oposición de todas las convenciones, por debajo de la artificiosa epidermis de las integraciones, más allá de las pobres reglas de lo cotidiano, tal como se hace en el fondo de sí mismo, en la violencia de los impulsos primarios, pero también en el encantamiento de los sueños más complicadamente primitivos… ¿qué es eso, sino el mayor milagro del arte? Tal la bien realizada vocación, la bien cumplida profesión, la bien vivida existencia del joven Gamarra.
Lourival Gomes Machado, Julio 1961, São Paulo, Brasil.